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La noticia del inicio ilegal de las obras de una granja porcina en Alcañiz, promovida por el grupo Pini —conocido por operar “el matadero más grande de Europa” a través de la empresa Litera Meat, y por la sistemática vulneración de derechos laborales— ha reavivado la indignación popular contra el modelo de las macrogranjas, que proliferan sin freno en los territorios rurales aragoneses allá donde todavía no hay un parque eólico.

Lejos de tratarse de un caso aislado, Litera Meat acumula denuncias públicas por el uso abusivo de falsos autónomos, jornadas extenuantes, represión sindical y condiciones de semiesclavitud. Las últimas movilizaciones, a finales de 2024 y organizadas por la CNT de Huesca, evidencian que la lucha obrera persiste incluso en los sectores más precarizados y que los trabajadores y trabajadoras del entorno rural también están en pie de lucha.

Estas realidades nos obligan a mirar más allá del caso concreto: las macrogranjas son expresión de un modelo productivo capitalista y depredador, que convierte nuestros pueblos en zonas de sacrificio al servicio del capital. Las críticas —medioambientales, sanitarias, laborales— son numerosas, pero todas nos llevan a la misma pregunta: ¿quién se beneficia de todo esto?

La lógica del capital: concentración, desposesión y sobreexplotación

Ni el empleo generado, ni el supuesto “desarrollo económico” justifican el deterioro del entorno, la sobreexplotación animal o el vaciamiento de las comunidades rurales. Porque bajo el capitalismo, todo se convierte en mercancía: el agua, el suelo, los animales… e incluso el propio ser humano, reducido a una fuerza de trabajo descartable.

Estas industrias no respetan ni los derechos laborales ni los límites ecológicos. No pueden hacerlo. Sus beneficios dependen directamente de la precarización, de la explotación intensiva de recursos y personas. Cuando no les basta con la mano de obra local, recurren a la sobreexplotación de personas migrantes, muchas veces sin papeles ni protección legal. Así multiplican beneficios mientras fracturan el tejido social y utilizan mano de obra ultraprecarizada.

Más allá de la cuestión laboral, está el impacto medioambiental: contaminación del agua por nitratos, contaminación del aire y emisión de gases y las propias condiciones en las que se cría a los animales. El impacto ya no sólo directo sobre las comunidades rurales, sino también sobre su entorno, es verdaderamente dañino en este tipo de industrias.

No es despoblación, es expulsión

Una de las grandes mentiras del discurso dominante es que estas industrias “fijan población”. La realidad es que provocan expulsión: deterioran el entorno, impiden el arraigo, monopolizan recursos y expulsan a quien no se somete a su lógica. La lucha contra la despoblación no puede hacerse a costa de las condiciones de vida y trabajo de quienes viven y trabajan en el medio rural. En un mercado en el que aumentan la flexibilidad y la mano de obra a demanda (reforma laboral mediante) plantear estos proyectos como oportunidades para evitar el éxodo a las ciudades nos plantea de nuevo un falso dilema.

Entonces, ¿vienen a potenciar el desarrollo del medio rural, o a arrasarlo?

La clase trabajadora rural no encuentra aquí una solución, sino una trampa: se le obliga a elegir entre la miseria o el sometimiento. Esa es la lógica capitalista del “mal menor”, que nos somete a elegir entre dos formas de perder.

La tarea revolucionaria en el medio rural

Frente a este modelo impuesto, es urgente reorganizar nuestras fuerzas y politizar los debates. Las huelgas y movilizaciones en Litera Meat demuestran que la resistencia no es que sea posible, sino que es necesaria y que la clase obrera no está derrotada, sino en lucha, también en las comarcas rurales. Eso empieza por politizar los debates que atraviesan nuestros pueblos: no se trata solo de estar “a favor o en contra” de una macrogranja concreta, sino de comprender que estas realidades son fruto de un sistema injusto y explotador que, al igual que con los macroparques eólicos, nos sitúa frente a falsos dilemas en los que siempre salimos perdiendo. Aceptar cualquier proyecto empresarial por el mero hecho de que “genera empleo” es una trampa ideológica. Mientras no cuestionemos el carácter de clase de estas inversiones, estaremos condenados a perder siempre

Necesitamos abrir espacios de lucha donde se levanten propuestas desde la soberanía popular, desde la planificación democrática de la economía, desde el derecho a decidir qué producir, cómo y para quién. Y eso sólo será posible rompiendo con el capitalismo, avanzando hacia un modelo socialista que ponga la vida, la dignidad y la naturaleza por encima del beneficio privado.