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Por un sindicalismo de clase, independiente e internacionalista. Por un sindicalismo con el pueblo palestino.

El día 15 de octubre ha tenido lugar la primera convocatoria estatal en solidaridad con Palestina impulsada desde el movimiento sindical para articularse directamente en el ámbito laboral. La jornada ha contado con diversas expresiones de solidaridad en distintos centros de trabajo, que, sin embargo, se han desarrollado de manera desigual, en muchos casos con un seguimiento limitado y disperso. A pesar de ello, en términos generales, las manifestaciones convocadas han tenido un nivel de seguimiento muy significativo en capitales de provincia y otros núcleos de población importantes. No obstante, los resultados de la jornada en cuanto a los paros laborales reflejan las carencias acumuladas en la preparación, el planteamiento y la proyección de esta convocatoria sindical, que se suma a los años de desmovilización general.

Es necesario señalar los debates pendientes y los errores cometidos que han limitado el alcance de la convocatoria de paros laborales, comenzando por el principio: una huelga no puede improvisarse ni convocarse sobre el vacío. La jornada de huelga requiere un trabajo sostenido de explicación, organización y compromiso en los centros de trabajo. Sin esa labor previa, las convocatorias terminan siendo pura formalidad sin arraigo ni continuidad. Una valoración realista y justa que se jacta de las limitaciones que ha sufrido esta jornada en cuanto a los paros laborales no tiene por qué hacerlo a costa de descalificar el papel de los sindicatos o su importancia como agentes protagonistas de la lucha obrera y la movilización social.  Pero nadie —ni unos sindicatos ni otros, ni la clase obrera, ni su capacidad organizativa y su nivel de conciencia— sale bien parado de una convocatoria que se lanza, pero no se prepara a lo interno, ni se defiende y se explica públicamente, ni se organiza a pie de centro de trabajo. En esta ocasión, mientras contamos con cifras exitosas de seguimiento de las manifestaciones de tarde, pueden sin embargo contarse por miles los centros de trabajo medianos y grandes que no han recibido una sola visita sindical para informar de la convocatoria, ni una sola noticia por parte de delegados que han sido abandonados a su suerte sin directrices ni acompañamiento de sus sindicatos.

La solución al problema de las convocatorias tímidas y no publicitadas tampoco pasa simplemente por lanzar mensajes grandilocuentes o llamamientos desproporcionados respecto a las fuerzas disponibles que luego no van a tener el consecuente trabajo de organización necesario para materializarse. Se trata de construir una acción sindical coherente con la realidad organizativa y con un horizonte de fortalecimiento interno, sin que nada pueda sustituir el paciente trabajo de concienciación. El movimiento obrero y sindical tampoco sale fortalecido de discursos que solo aprovechan errores ajenos para reducir la concepción de la acción sindical a un identitarismo radical sin capacidad de movilización real.

Cuando la herramienta de la huelga se utiliza sin un plan de trabajo, se desnaturaliza y se despoja de su potencial. Ni cumple su función inmediata —articular y presionar por una reivindicación; en este caso, una denuncia clara ante la guerra y la ocupación— ni su utilidad más profunda: fortalecer la conciencia de clase, la organización y la confianza de los trabajadores en su propia fuerza. Las huelgas sin preparación ni acompañamiento terminan generando frustración y pudiendo alentar la desmovilización, alimentando la difusión de ideas como la no utilidad de la huelga y otras falsas certezas que debilitan la confianza de los trabajadores en su fuerza colectiva.

La experiencia internacional demuestra que una convocatoria exitosa en España, donde el nivel de sensibilización social al respecto del genocidio palestino es similar al de otros países, era posible. Ejemplos recientes, como las huelgas y las movilizaciones solidarias en Grecia, Italia o Francia, muestran que cuando existe trabajo de base, claridad en la estrategia sindical y voluntad de confrontar la política imperialista, la solidaridad obrera puede transformarse en un hecho tangible con un potencial práctico que ningún otro sector o capa social puede alcanzar.

En España también era posible y necesario un esfuerzo mucho más decidido para articular una huelga exitosa, quizá no esperando niveles de seguimiento imposibles tras 13 años sin una huelga general y años de desgaste del tejido sindical, pero sí con una participación significativa y con un trabajo mucho más preparado desde los centros de trabajo. Las décadas de ocupación colonial del territorio palestino y de genocidio contra su pueblo bien merecían una expresión de solidaridad seria y consecuente por parte del movimiento obrero y sindical también en este país.

El contexto internacional actual, lejos de suponer un motivo para rebajar el nivel de la protesta por la firma del «acuerdo de paz», añade gravedad a la situación. El plan para Gaza, auspiciado por Estados Unidos y aceptado por la Unión Europea, no representa ni de lejos una solución real, sino una reconfiguración del control colonial e imperialista sobre los territorios palestinos. Este acuerdo, que ya cuenta con los primeros incumplimientos y palestinos asesinados, lejos de garantizar la soberanía y dignidad del pueblo palestino, aspira a crear una especie de protectorado sin devolución de los territorios arrebatados por Israel en las últimas décadas. Que este anuncio haya llegado a generar dudas en parte del sindicalismo sobre la conveniencia de continuar o no con la jornada del 15 de octubre evidencia hasta qué punto una parte del movimiento sindical ha subordinado su acción a la agenda del Gobierno socialdemócrata y a sus equilibrios diplomáticos.

Aun así, es importante destacar que las manifestaciones y concentraciones en solidaridad con Palestina celebradas en todo el país al margen de las horas de paro laboral sí han tenido un seguimiento amplio y sostenido, demostrando el compromiso internacionalista de amplios sectores de la clase trabajadora. Esa respuesta, nacida en gran parte al margen de las estructuras sindicales, debería servir de referencia y estímulo para que el movimiento obrero y sindical asuma un papel más activo y coordinado en esta causa, situándose en la primera línea del combate internacionalista.

El papel del sindicalismo de clase debe dejar de ser el de acompañamiento de la política interior y ahora exterior del Gobierno. Más todavía teniendo en cuenta que España es una de las principales potencias imperialistas mundiales, con intereses directamente implicados en el territorio, y ante el genocidio y la ocupación solo ha hecho gala de una pasividad general durante décadas y particular durante la ofensiva sionista de los dos últimos años.

El sindicalismo de clase debe actuar con independencia, en defensa de los intereses comunes de la clase trabajadora a nivel mundial. Ante un contexto de militarización, rearme y agravamiento de los conflictos imperialistas, solo desde esa independencia de clase será posible construir una movilización sindical a la altura del compromiso con el pueblo palestino y los desafíos internacionales actuales.