El 9 de mayo de 1945 señala la Gran Victoria Antifascista de hace 80 años, cuando la Alemania nazi se rindió y los pueblos del mundo, con el papel determinante del Ejército Rojo y la Unión Soviética bajo la dirección del Partido Comunista de toda la Unión (los bolcheviques) como organizador e inspirador de dicha lucha, pusieron al fascismo de rodillas en toda Europa. No fue solo una victoria militar, fue un triunfo de la clase obrera, de los comunistas y los partisanos, de las personas corrientes que, mediante la lucha organizada, resistieron la expresión más violenta del capitalismo.
La Unión Soviética desempeñó el papel central y determinante en la derrota del fascismo. Respaldada por los inmensos sacrificios de los trabajadores, los campesinos y los soldados, el Ejército Rojo hizo añicos la maquinaria de guerra fascista. Se perdieron más de 27 millones de vidas soviéticas, millones de ellas en combate directo, en lo que no fue una campaña de conquista, sino una liberación a través de la lucha de clases librada contra un sistema de terror organizado con el apoyo del capital monopolista.
El fascismo no surgió por accidente; se alzó de una contradicción profunda: la necesidad del capitalismo de mantener el poder en medio de una creciente revuelta obrera. Tras la Revolución de Octubre, los capitalistas de toda Europa temieron la expansión del socialismo y, en respuesta, financiaron y empoderaron a las fuerzas fascistas en todo el planeta para que aplastasen a los sindicatos, ilegalizasen a los comunistas y reprimiesen toda forma de resistencia obrera. El fascismo no fue una ruptura del capitalismo, fue el capitalismo despojado de su máscara liberal defendiéndose con fuerza bruta.
Por toda la Europa ocupada y en otras regiones bajo control del Eje, la clase obrera organizó redes clandestinas, lucha armada, levantamientos y movilizaciones de masas. Su lucha era internacionalista y antiimperialista. Aun así, las potencias imperialistas, muchas de las cuales apaciguaron o colaboraron en un primer momento con el fascismo, han intentado borrar este legado. El registro histórico es claro: sin la Unión Soviética y el movimiento comunista internacional no se habría derrotado al fascismo.
El fin de la guerra solo aportó una ilusión de paz y justicia que enmascaraba la violencia, explotación y desigualdad que existía. Mientras que los ejércitos fascistas fueron derrotados, la clase capitalista dominante se reagrupó con rapidez, virando del fascismo abierto a formas renombradas de dominación imperialista. Los nazis se integraron directamente en la OTAN y los servicios de inteligencia, de forma especialmente infame a través de las operaciones Paperclip, que transfirió científicos nazis a los programas militares y espaciales estadounidenses, y Gladio, la red paramilitar encubierta que armaba y protegía a grupos fascistas de toda Europa para reprimir a los movimientos comunistas y obreros de todo el mundo. Los movimientos anticoloniales, desde Vietnam hasta Argelia, fueron respondidos con fuerza brutal por parte de las mismas potencias que afirmaban defender la libertad.
Esta ofensiva imperialista de la posguerra no fue un accidente histórico; reveló los intereses de clase de ese momento del capital: restaurar el control, reprimir la revolución y mantener el dominio mundial. Hoy, las mismas fuerzas de clase continúan su ofensiva, no solo mediante la guerra y la explotación, sino mediante la falsificación de la historia.
El 9 de mayo se ha renombrado, de manera cínica, “Día de Europa” por parte de la UE, en un intento de separar el suceso de sus raíces revolucionarias y obreras. Se está desarrollando una campaña coordinada de revisionismo histórico, una que equipara de forma antihistórica el fascismo con el comunismo, que borra al Ejército Rojo y que retrata a la OTAN y la UE como herederos de los valores antifascistas. Eso no es memoria, es una guerra ideológica que pretende desarmar a las generaciones futuras.
Al mismo tiempo, vemos que las fuerzas reaccionarias con raíces fascistas se fortalecen en Europa. No es una amenaza espontánea, sino una herramienta de la clase dominante: en época de crisis, la burguesía fomenta fuerzas reaccionarias como medio de control de la resistencia popular. Se utiliza a los migrantes como chivo expiatorio. Se aprueban leyes anticomunistas. Se criminaliza la solidaridad con Palestina. Las mismas fuerzas que empoderaron una vez al fascismo ahora realizan la represión y la violencia anticomunista con formas novedosas.
Ochenta años después, la lección del 9 de mayo no se circunscribe al pasado. Las contradicciones que dieron lugar al fascismo —el capitalismo en crisis, la represión de la revolución, la guerra imperialista— persisten hoy. La lucha contra el fascismo debe por tanto enraizarse en la lucha contra el sistema que lo engendra. El antifascismo que no desafía al capitalismo es cooptado por el sistema. El verdadero antifascismo tiene una base clasista, es internacionalista y lucha contra el capitalismo por el poder de la clase obrera, por el socialismo-comunismo.
En ningún lugar esto es más evidente que en la guerra en Ucrania, un conflicto entre bloques imperialistas que compiten por la hegemonía, el control de los mercados y los recursos naturales. La OTAN, la UE y Estados Unidos arman a un régimen capitalista en Ucrania mientras glorifican a formaciones neonazis como el batallón Azov. Mientras tanto, el estado capitalista de Rusia se apropia y utiliza de forma selectiva los símbolos de la Unión Soviética para enmascarar sus propias ambiciones imperialistas mientras reprime las reivindicaciones contra la guerra y usurpa el sentimiento prosoviético que sigue siendo popular en la conciencia de las masas en la Federación Rusa y otras repúblicas postsoviéticas.
Ambos bandos instrumentalizan la historia para justificar la agresión. Ambos representan los intereses del capital. La clase obrera no gana nada con la guerra. La única posición de principio es oponerse a todos los bandos imperialistas y construir el poder independiente de los trabajadores, la lucha política independiente por el derrocamiento del poder del capital.
Para comprender de verdad el 9 de mayo, tenemos que mirar a la lucha de clases y las condiciones materiales que lo forjaron, lo que nos muestra que las fuerzas que dieron lugar al fascismo y participaron en la guerra siguen defendiendo a día de hoy los intereses de los monopolios. La victoria antifascista de 1945 no se logró con neutralidad o llamamientos parlamentarios, sino que se hizo con la lucha revolucionaria, forjada en las trincheras, las fábricas y los frentes partisanos. Hoy, mientras la UE militariza, mientras se estrechan las políticas migratorias reaccionarias, y mientras se criminaliza la resistencia, se siguen agudizando las mismas herramienta de dominio de clase. Debe construirse un movimiento antiimperialista y antibélico real, no uno basado en llamamientos moralistas, sino uno cimentado en la realidad material. La paz no puede existir en el imperialismo; el desarme no puede venir de dentro de la OTAN; la justicia no puede surgir de un sistema construido sobre la explotación. Solo un movimiento basado en las necesidades y el poder de la clase obrera, basado en los principios comunistas y la organización obrera, puede confrontar la verdad y luchar por una liberación genuina.
El fascismo no es una excepción histórica; es el capitalismo en declive, convirtiéndose en terror para subsistir. Para derrotarlo de nuevo, debemos derrotar al sistema que lo nutre, lo que implica el poder de clase a través de la organización colectiva de trabajadores, jóvenes, migrantes y todos los oprimidos en un frente único contra el imperialismo, la guerra y la explotación; implica reforzar a los Partidos Comunistas que representan genuinamente los intereses de la clase obrera y dirigen la lucha contra el imperialismo y la explotación.
El 9 de mayo debe ser reclamado, no como una celebración vaga de “paz”, sino como día de claridad política y memoria colectiva. Debemos enseñar su verdad, honrar a los camaradas caídos y aprender de sus contradicciones. La historia no es neutral, sino que se modela en la lucha de clases. Las mismas fuerzas que distorsionan el pasado hoy lo hacen para moldear el futuro a favor de sus intereses, y no debemos permitirlo.
Puesto que las potencias imperialistas se preparan para nuevas guerras y el capital profundiza su control de todo aspecto vital, nuestra tarea es urgente. Las condiciones que dieron lugar al fascismo vuelven a surgir porque el sistema que las produjo nunca fue desmantelado. Pero las personas también lucha y las contradicciones del capitalismo se agudizan. Las nuevas generaciones están entrando en la lucha. Conmemoremos mediante la acción. Recordemos con la organización. Que el 9 de mayo no sea solo un día de recuerdo, sino un llamado a combatir, resistir y vencer.