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La explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, crímenes que nunca se deberían olvidar, demostró al mundo la naturaleza despiadada del imperialismo estadounidense y las consecuencias terribles y devastadores del uso de armas nucleares. La decisión de EE.UU. de lanzar bombas atómicas en Hiroshima (6 de agosto de 1945) y Nagasaki (9 de agosto de 1945) fue una demostración calculada del poder imperialista no solo hacia Japón, sino hacia la Unión Soviética y el movimiento comunista mundial. Al desatar una fuerza destructiva sin precedentes, EE.UU. Buscó asegurar su dominación en el este de Asia tras la guerra e intimidar a otros pueblos que luchaban por seguir una senda socialista.

El imperialismo diseñó la destrucción de Hiroshima y Nagasaki para enviar un mensaje a la Unión Soviética: que EE.UU. controlaba armamento nuclear y dictaría el orden en la posguerra, reforzar la hegemonía estadounidense en Japón y disuadir a los movimientos de liberación del mundo demostrando el arma de destrucción masiva definitiva.

Estos fines revelaron la rivalidad y la competencia geopolítica capitalistas. Los bombardeos representaron cómo las tecnologías militares avanzadas infligen en el capitalismo un sufrimiento desproporcionado a la clase obrera y la población campesina.

Más de 200.000 personas murieron instantáneamente o sucumbieron más tarde a quemaduras, malnutrición y enfermedades relacionadas con la radiación. Muchos de sus descendientes portaron los genes afectados y los transmitieron a sus hijos.

Más que asegurar la paz duradera, como afirmaron los capitalistas, Hiroshima y Nagasaki inauguraron la carrera armamentística, puesto que EE.UU. se apresuró en desarrollar armas termonucleares aún más potentes.

Pese a los esfuerzos de los comunistas y del movimiento mundial por la paz, el imperialismo sigue desarrollando la producción de armas nucleares y otras armas de destrucción masiva que ponen en peligro el futuro de la humanidad y el planeta.

Durante muchos años, ha habido suficientes arsenales nucleares como para destruir el mundo, si bien prosigue la acumulación de armas. Proliferan los desarrollos en la tecnología de las armas nucleares en los océanos y el espacio, y el mundo ha sido testigo del desarrollo de armas nucleares más pequeñas para su uso “en el campo de batalla”, lo cual aumenta las posibilidades de escalada hacia una guerra nuclear a gran escala. Con una dependencia cada vez mayor de la tecnología avanzada, la producción armamentística atrae a su órbita a nuevos sectores de la economía capitalista y acelera aún más la carrera armamentística.

Mientras el mundo afronta problemas críticos de pobreza, hambre, malnutrición, contaminación, destrucción ambiental y guerra, el imperialismo aumenta sus presupuestos militares en detrimento del gasto en las necesidades sociales y económicas vitales de las personas. El desvío de recursos científicos y tecnológicos a fines militares impone un aumento en los ataques a los derechos de los pueblos en los países capitalistas, incluyendo la sanidad, la educación, la vivienda y el gasto social. El agotamiento de los recursos naturales y de las reservas tanto energéticas como de materias primas y el daño ambiental provocado por la carrera armamentística plantean una amenaza continua al mundo. Los pretextos que utilizan la UE, EE.UU., la OTAN e Israel sobre una transición verde, o el impedimento de la adquisición de armas nucleares, que atribuyen únicamente a sus estados capitalistas rivales, son provocaciones y se dirigen últimamente al bombardeo de Irán.

La concentración de un poder económico inmenso en manos del capital monopolista y la competencia entre centros y alianzas imperialistas crean y perpetúan las condiciones de agresión y guerra imperialistas. La lucha contra las guerras imperialistas, la implicación de los gobiernos de nuestros países, la carrera armamentística y la eliminación de armas nucleares y otras armas de destrucción masiva sigue siendo una parte vital de la lucha obrera y popular contra el sistema capitalista y la opresión, explotación y miseria que engendra.

Solo el socialismo, el control colectivo y la socialización de los medios de producción y el desarrollo científico y tecnológico, y no la competencia capitalista, puede prevenir la amenaza de la aniquilación nuclear y garantizar la paz y la prosperidad de los pueblos.