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Año tras año nos encontramos con un largo listado de mujeres asesinadas en manos de sus parejas o exparejas a pesar de que se nos recuerde constantemente, por activa y por pasiva, que se está haciendo todo lo posible desde el Gobierno, y concretamente, desde el Ministerio de Igualdad, para acabar con esta lacra. A lo que hay que añadir los asesinatos, en algunas ocasiones, también de sus hijos e hijas, y de las asesinadas no consideradas oficiales.

Y nada más lejos de la realidad. Nos encontramos con una ley, como la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género que no protege a las mujeres ni a sus hijos e hijas.

Las trabajadoras recibimos todo tipo de violencia. Somos las mujeres de la clase obrera las que sufrimos constantemente humillaciones, acoso, violaciones, maltrato. Por no hablar de otras dos vertientes de la violencia machista que se ejerce contra nosotras y a las que no se da la importancia que merecen: la prostitución y los vientres de alquiler.

Todas las mujeres estamos claramente expuestas a la violencia machista, pero lo que determina el grado de poder seguir adelante, e incluso, si se sobrevive o no, está marcado por nuestra condición de clase.

Una mujer de la clase obrera siempre va a tener más dificultades que una mujer de la burguesía para poder salir de ese entorno de violencia, puesto que la dependencia económica, y en muchas ocasiones psicológica, que tiene con su agresor, hace muy difícil poder seguir adelante. Mientras tanto, las mujeres de la burguesía, por su posición de dominación y privilegio, tienen todas las facilidades del mundo para empezar una nueva vida lejos de su maltratador.

Así, por mucho que se diga lo contrario, hay que señalar las veces que haga falta que la violencia machista sí entiende de clases y por lo tanto, la única manera que las trabajadoras tenemos de deshacernos de ella de una vez por todas es organizándonos con las nuestras para construir la sociedad emancipadora que necesitamos las mujeres de la clase obrera.