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La proliferación masiva de la energía eólica en Agón y Magallón, Alfajarín, Castellote y Molinos, Berbegal, Ilche y Peralta de Alcofea y de lafotovoltaica en Terrer, Moros y Ateca, Alfajarín, Langa del Castillo y Torralbilla, Belchite, Terrer y Alcañiz, por nombrar algunos municipios, como alternativa clara a las energías fósiles está conllevando que un elemento troncal de la llamada transición energética y el discurso del capitalismo verde se dé de bruces con problemáticas paisajísticos y ambientales que poco tienen que ver con lo que predican. Y esto es así, porque no se puede hacer vegetariano a un tigre. La producción capitalista, en este caso de energía, no funciona para satisfacer las necesidades de la mayoría de la población, sino para el beneficio personal de los grandes empresarios poseedores de dichas empresas. Y derivado de esta lógica y del caos de la producción no puede surgir una forma equilibrada de explotación de los recursos energéticos renovables y la conservación del paisaje como patrimonio natural y cultural.

A esta incompatibilidad manifiesta, hay que sumarle la engañosa apariencia de este sector energético como un capitalismo amable con el medio ambiente y los seres vivos. Detrás de mares de plástico y silicio, o de bosques de molinos, nos encontramos que el respeto por la vida de los animales bípedos y pensantes pasa a un segundo plano; y que los parques y las plantas están construidos a base de sobreexplotación, contratos precarios y siniestralidad.

La capacidad del capitalismo de renovarse y en este caso de plantear alternativas a fuentes de energías fósiles no nos puede hacer olvidar el carácter voraz del sistema y su nula capacidad para hacer frente a problemas complejos como la despoblación del mundo rural. En este caso en Teruel, la alternativa energética al cierre de la Central Térmica de Andorra, se nos presenta como solución que aporta puestos de trabajo y beneficios a los ayuntamientos. Lo que no se nos planteará jamás es a quien beneficia en último lugar hipotecar nuestros paisajes y montes a bajos precios y unos puestos de trabajo sobreexplotados que cuando finalicen las obras se verán reducidos a su mínima expresión. La respuesta: solo hace falta mirar la factura de la luz que te va a llegar a casa.

Si la energía es un bien básico para nuestras vidas, y de ello depende gran parte de nuestro día a día, es básico plantear que un problema colectivo se ataje con una solución colectiva. En este caso, no es otra que cambiar la gestión del sector energético. Nacionalizar esta industria e introducir en su gestión elementos que hagan irreversible la gran victoria que supondría este paso. Estos elementos no son otros que la gestión de dicho sector por parte de los propios obreros, lo que provocaría un cambio de paradigma en el funcionamiento de la misma, colocando el beneficio general en primer lugar.